martes, 28 de octubre de 2008

Denis Diderot

Denis Diderot (1713-1784) fue un escritor, filosofo y pensador de la ilustración francesa. Fue el primer editor de la Enciclopedia. Como dice Miguel Serrat, estudioso de su obra, Diderot fue: “El director de aquella “Enciclopedia” que preñaría a Francia de revolución, el autor de tantas obras filosóficas […]”[1].
Editó de 1751 a 1772 la enciclopedia universal editada en Francia, en la que participaron Voltaire, D´Alembert, Montesquieu, Jean-Jaques Rousseau y Joucort. La obra que fue publicada en 28 volúmenes, 78 818 artículos y 2 885 ilustraciones se dio a conocer con el nombre de L´Encyclopédie, ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers (La enciclopedia, o diccionario razonado de ciencias, artes y oficios). Obra que encarnó, en palabras de Cassirer: “[…] el empeño del siglo que se orienta hacia el conocimiento claro y seguro de lo singular, hacia la unificación formal y la concentración lógica rigurosa.”[2]
Sus obras no sólo abarcaron la filosofía, también escribió novela, cuento y obras de teatro. Además que fue, por un tiempo, consejero de la zarina Catalina II de Rusia, durante el año de 1773.
En sus obras se dedicó a hacer una dura y ácida crítica a la sociedad en que vivió, algunas de sus obras aún el día de hoy están prohibidas en algunos países por considerarlas nocivas para el orden público.
[1] Miguel Serrat, Presentación de Jaques el fatalista, Editorial Mateu, 1971, España, pgs. 10- 11
[2] Ernst Cassirer, filosofía de la ilustración (traducción Eugenio Imaz), Mèxico, Fondo de Cultura Económica, 1943, pgs. 261-262

lunes, 26 de mayo de 2008

Comentario de texto de la Guerra de las Galias de Cayo Julio César.

El sitio de Alesia.

En el siglo I antes de nuestra Era, luego de una serie de guerras civiles en Roma, la República cedió su lugar a Imperio. Este evento es trascendental, porque por un lado permite el establecimiento de un nuevo orden que llevaron a la Ciudad Eterna a convertirse en la capital del imperio que ocupó todo el Mediterráneo. La transición la inició Cayo Julio César y la consolido Octavio César, el futuro Augusto. Su legado no se limita a la creación de los fundamentos del Imperio, del cual su sobrino nieto y heredero, Octavio Augusto, fue el primer emperador; sino que aún hoy se puede percibir: el orden de los meses del año, el cual inicia en enero por una disposición suya; o el séptimo mes del año que lleva su nombre; el año de 365 días y los años bisiestos; etc.
En el 50 antes de nuestra era César terminó de realizar su obra De Bello Gallico, obra en la que relata las operaciones que realizó a lo largo de las Galias del 58 al 52 a.c., período en el que se desempeño como gobernador de la provincia de Galia Transalpina y conquisto el resto de dicho territorio; la actual Francia, exceptuando la Provenza, Bélgica y parte de Suiza.
Julio César, uno de los políticos y generales que alcanzó mayor poder en la Roma de su tiempo, fue también conocido por ser un gran literato; famosos son sus discursos, y los textos que nos han sobrevivido de él nos ofrecen un trabajo literario depurado. Suetonio en su De vitas Caesarum dice que Cicerón, enemigo declarado de Cayo Julio, se refirió al modo de escribir de éste del siguiente modo: “son dignos de todo elogio [sus textos]: el estilo es sobrio, puro, elegante, despojado de toda pompa de lenguaje, como belleza desnuda: al querer suministrar materiales dispuestos a los futuros historiadores […]”[1]; el biógrafo de los doce césares también nos presenta la apreciación de Hirtio: “Tan conocida es su superioridad, que parece que ha quitado, más bien que dado la oportunidad a los historiadores de escribir sobre él.[…]”[2].
Así en la Guerra de las Galias César no sólo nos presenta una crónica de su periódo como gobernador de la provincia de la Galia Transalpina, sino que crea una obra de gran valor literario, donde su voz en tercera persona nos plantea cierta objetividad y traza el camino para obras y autores propagandísticos como Virgilio y su Eneida para la familia Julia Octavia; César para su carrera política.
De este modo se observa a César referirse a si mismo como si hablase de otro:
“César, distribuido el ejército por las dos bandas de las trincheras, de suerte que cada cual en lance pudiese conocer y guardar su puesto, echa afuera la caballería, con orden de acometer.”[3]
Episodio donde también se observa la forma en que el gobernador se ensalza como gran estratega. Del mismo modo que se muestra inflexible, sin dejarse vencer por la compasión, cuando los expulsados de Alesia le piden asilo:
“[…] César, poniendo guardias en la barrera, no quería darles cuartel.”
El dominio que tenía el general romano de la literatura, de su capacidad literaria, era tal que nos presenta el consejo de los alesianos y sus decisiones como si él hubiese sido un testigo del mismo:
“Los sitiados en Alesia, pasado el plazo en que guardaban socorro, consumidos todos sus víveres, ignorantes de lo que se trataba en los eduos, juntándose a consejo. […] no me pareció pasar en silencio el [consejo] que promovió Critognato[…]”[4]
El consejo era la figura por medio de la cual se tomaban decisiones políticas y bélicas entre los galos. En estos, a través de las opiniones de los hombres líderes, los más fuertes, los más sabios, se tomaban las disposiciones:
“¿Creéis que los romanos se afanan en hacer aquellas líneas de circunvalación por mero entretenimiento?”[5]
Interpelaba al Consejo Critognato, quien agregó más adelante:
“Que se haga lo que ya hicieron nuestros mayores en la guerra de los cimbros y teutones, […] que, sitiados y apretados de semejante necesidad, sustentaron su vida con la carne de la gente a su parecer inútil para la guerra, por no rendirse a los enemigos.”[6]
Declaración con la que se revela lo que César ya había declarado líneas antes sobre la opinión de Critognato “[…]por su inaudita y bárbara crueldad”[7]; y por otra parte puede apreciarse el modo de conducirse de los galos en las guerras.
Los inútiles a la guerra pueden ser fácilmente desechados, lo establece Critognato con su discurso y el mismo consejo con su decisión, aunque esta no sea de acuerdo a la voluntad de aquel:
“Tomados los votos, deciden <>”[8]
Con lo que los inútiles quedaron a su suerte, solicitaron auxilio a los romanos y nos refiere el mismo César la resolución que tomó, no muy lejana a la que los Galos decidieron:
“Los mandubios […] son echados fuera con sus hijos y mujeres. Los cuales, arrimados a las trincheras de los romanos, deshechos en lágrimas, les pedían rendidamente que les diesen un pedazo de pan y serían sus esclavos. Más César […] no quería darles cuartel.”[9]
Aunque César justifica la razón por la que se negó a darles auxilio a los inútiles de Alesia, pues habían arribado el apoyo para los galos sitiados, quienes:
“Salen, pues, armados de punta de blanco, plántanse delante de la plaza […] y se disponen para el ataque y cualquier otro trance.”[10]
De esto también nos da noticia el biógrafo griego Plutarco, quien en su vida de César nos dice sobre la batalla en la ciudad de Alesia: “Púsole sitio César, y cuando parecía inexpugnable por la altura de sus murallas y la muchedumbre que las defendían, sobrevino de la parte de afuera un peligro superior a todo encarecimiento; porque las gentes más poderosas en armas de la Galia que se hallaban congregadas vinieron sobre Alesia trescientos mil hombres; de manera que sorprendido y sitiado en medio de tan peligrosa guerra, se vio en la precisión de correr dos muros: uno contra la ciudad y otro contra la muchedumbre que había llegado, pues si ambas fuerzas se juntaban todo debía tenerse por perdido.”[11] Sobre esto Cayo Julio da la noticia de cómo se dio muerte a los recién llegados:
“[…] se fueron arrimando a las líneas, o se clavaban con los abrojos, o, caídos en las hoyas, quedaban empalados en las estacas, o, atravesados desde las barreras y torres con los rejones, rendían el alma.”[12]
También muestra César que sus ordenes fueron cumplidas, gracias a lo cual se pudo obtener la victoria:
“De los nuestros cada cual corre al puesto que de antemano le estaba señalado en las trincheras donde con hondas que arrojaban piedras de a libra, con espontones puestos a mano y con balas de plomo arredraban al enemigo.”[13]
La batalla de Alesia, en septiembre del 52 a.c., marca la conquista definitiva de las Galias, que quedaron reducidas a provincias romanas. A su regreso a Roma César lidera una guerra civil durante la cual es nombrado cada año cónsul, y una vez terminada esta es nombrado Dictador de por vida.
Después de la muerte de César, su heredero se convirtió en el Princeps romano, el primer ciudadano de Roma, el primer emperador del Imperio, la República había muerto en los idus de marzo del 44 a.c. junto con Cayo Julio. Aunque de ello hace más de dos milenios, los legados de Cayo Julio César aún perviven; el triunfo de Alesia dejo una huella tan profunda gracias a la cual los francos siglos después adoptarían el latín como lengua oficial, lo que propiciaría que en las provincias de las Galias se hablen, hasta hoy, lenguas romances en Francia, Bélgica y Suiza.
Noel René Cisneros Peña
[1] Vida de los Doce Césares, Seutonio, Conaculta Oceano, 2000, México D.F. pg. 34
[2] Vida de los Doce Césares, Seutonio, Conaculta Oceano, 2000, México D.F. pg. 34.
[3] La Guerra de las Galias, César, Cayo Julio. Pg. 236
[4] La Guerra de las Galias, César, Cayo Julio. Pg 235
[5] Ib. Pg. 235
[6] Ib. Pg. 235-236
[7] Ib. Pg. 235
[8] La Guerra de las Galias, César, Cayo Julio. Pg 236
[9] Ib. Pg. 236
[10] Ib.
[11] Alejandro y César, Plutarco. Pg. 139
[12] La Guerra de las Galias, César, Cayo Julio. Pg. 237
[13] Ib.

lunes, 24 de marzo de 2008

La Democracia y la República Romana

Desde el siglo XV Occidente ha buscado parangonar sus instituciones y obras a las creadas por los romanos. En el siglo XVIII, durante la ilustración, se tomó a la República como el referente para las nuevas formas de gobierno que promueven los enciclopedistas.

Es de la República Romana (509 a. C. al 42 a. C.) y de las Polis griegas donde los ilustrados tomaron los modelos que les servirían para fundamentar su idea de Democracia, en la cual se debían de fundar las nuevas Naciones y Gobiernos, así, el ideal generó ya en ese siglo la revolución francesa y la independencia de las colonias británicas en América.

Quizá el ideal de Democracia, tanto en Roma como en Grecia, no se corresponde en mucho con lo que entendemos en la actualidad por Democracia e incluso con lo que los ilustrados entendían por tal.

Roma creo su propio sistema de gobierno, no como una derivación del sistema griego, sino, paralelo al heleno. Es por ello que en el neoclasicismo vieron en ellos los modelos a seguir, los cuales planteaban la idea de Democracia.

Los modelos democráticos clásicos

En Grecia y en Roma se llegó a desarrollar un sistema de gobierno que se puede identificar con un sistema democrático; la misma palabra Democracia, etimológicamente procede de dos palabras griegas, y ya en aquella época era utilizada: Demos que significa pueblo y Kratos gobierno o forma de gobierno es decir el Gobierno del Pueblo.

En el caso de los pueblos Griegos llegaron a desarrollar esta forma de gobierno, además de las oligarquías y las tiranías. Raoul Lonis explica acerca del idela democrático en la Grecia clásica: “Dondequiera que se produjera un asentamiento urbano se establecía implícitamente, al menos en teoría, que todos los ciudadanos que componían la colonia y que gozaban de la consideración den ciudadano tenían derecho a las mismas prerrogativas, se beneficiaban de las mismas ventajas, estaban sujetos a las mismas obligaciones y compartían los mismos valores. Esto significa que su consideración de ciudadanos normalmente les daba derecho a tomar parte en la administración de asuntos públicos, a participar plenamente en todas las ceremonias religiosas y a poseer un territorio de la ciudad. Sin embargo, esta consideración comportaba también la obligación de tomar las armas para defender la ciudad, de pagar impuestos y de obedecer la ley y a los magistrados. Dichas prerrogativas y ventajas, obligaciones y deberes definían el alcance de la ciudadanía y hacían distinciones muy claras entre ciudadanos, extranjeros y esclavos. […] Sin embargo, varias de las ciudades de Grecia antigua se encontraban bastante lejos de este ideal, bien debido a que el poder estaba en manos de una minoría rica o porque había sido tomado por un tirano. Así, los constantes conflictos sociales, que llegaban incluso a degenerar en guerras civiles, ponían en constante peligro la cohesión de la comunidad ciudadana.”[1]

En el caso de la Democracia Ateniense, todos los ciudadanos eran miembros de la asamblea y podían elegir a diez estrategas, representantes cada uno de una de las diez tribus de la ciudad, quienes eran electos cada año. En este caso este sistema va desde el 510 a. C. hasta la hegemonía macedonia en 322 a. C., pasando por el siglo de Pericles, el hombre a quien se vincula la democracia griega.

Así el gobierno de las ciudades-estado estaba realizado por el conjunto de ciudadanos de la misma; sólo que el problema que se plantea aquí es quienes eran ciudadanos y quienes no, es decir, quienes eran el pueblo que tenía derecho a gobernar. Porque las mujeres no eran ciudadanos, ni los esclavos, ni los extranjeros, con lo que el “pueblo” que gobierna era en realidad una minoría de los habitantes de las ciudades-estado.

El sistema democrático de la antigüedad no sólo se desarrollo en Grecia, también llegó se desarrolló durante la República Romana. En esté caso el sistema de gobierno estaba basado en un sentado de 300 miembros vitalicios y de la asamblea de la plebe.

Este sistema surge tras la abolición de la monarquía en Roma, por “[…]la creciente influencia de los patricios, quienes, víctimas de los Tarquinos, se mostraban hostiles hacia la política monárquica centralizadora”[2], lo que los llevo en el año 509 a. C. a acabar con la dinastía de los Tarquinos.

La República Romana

La República Romana surge en 509 a. C., toda vez que los patricios decidieron acabar con el gobierno monárquico que la gens Tarquinia ejercía sobre Roma. Con esto, el senado, que había sido hasta entonces un órgano de consejo pasó a ser la institución de gobierno, quien designaría a los dos cónsules, quienes tenían a su cargo al dirección del Estado durante un año y respondiendo ante el Senado de sus actividades. En un principio su función fue ocupar el lugar del monarca, después fueron perdiendo funciones ante otros magistrados.

El proceso en el cual surgen las instituciones romanas fue largo, el cambio de la monarquía por la República, así Luigi Gapogrossi explica que aún durante la monarquía se iban planteando necesidades especificas que llevaban hacia la democratización de las instituciones: “En la primera mitad del siglo VI a. C. […] Con Tarquino Prisco el Viejo y más tarde con el gran Servio Tulio, Roma experimentó una sucesión de cambios sociales y políticos en consonancia con una evolución más amplia en el Mediterráneo. Se diseñó una formación de combate completamente nueva: el ejército aristocrático del período anterior fue sustituido por falanges de hoplitas equipados con armas ofensivas y defensivas. Esta nueva técnica requería de la participación de un gran número de ciudadanos capaces de aportar el equipo defensivo necesario (escudos, corazas, cascos, etc.), lo que resultó en cierta “democratización” de las sociedades civil y militar”[3].

Así, ya establecida la República – palabra de origen latino que significa lo público o la cosa pública, res publica – comienza una pugna al interior de Roma por el poder, por una parte los patricios quienes no están interesados en ofrecer poder a otros sectores poblacionales y por el otro la plebe, quien quiere acceder a la toma de decisiones y de poder. “[…]la situación al interior era mucho más complicada debido a las prolongadas disputas entre la antigua aristocracia y una nueva clase heterogénea de plebeyos que demandaba igualdad política y económica con los patricios. A lo largo del siglo V a. C. una serie de reformas e innovaciones institucionales allanó de forma gradual el camino hacia una igualdad que no sería plena hasta mediados del siglo siguiente. Lo prolongado de este proceso nos da una idea de la gravedad de este conflicto , que siempre amenazó la propia supervivencia de Roma como ciudad-estado.”[4]

La plebe logró obtener triunfos frente a los patricios, asegurándose el acceso a la toma de decisiones y de poder. “[…]la creación de los tribunos de la plebe, o los magistrados del pueblo, cuya seguridad personal estaba garantizada y que tenían poderes de supervisión y control sobre la administración de justicia por parte de los otros jueces de la ciudad, quienes eran patricios. A lo anterior se suman la creación en 450-449 a. C. de un código legal escrito que establecía un control sobre la administración arbitraria de la justicia que hacían los patricios […] así como la sustitución de los cónsules patricios por una institución colegiada de base amplia extraída de entre miembros del ejercito, incluidos los plebeyos, que estaba dotada de poderes similares a los que ejercían los cónsules.”[5]

Así el sistema de gobierno de la República, que va desde la caída de los tarquinos, hasta, tradicionalmente, la muerte de Julio César en 42 a. C., fue una lucha entre dos fuerzas, los patricios y la plebe. De esta lucha son testigos los hermanos Gracos, quienes promulgaron leyes a favor de la plebe y a quienes los patricios dieron muerte, por temor a que se promulgaran como reyes.

La Democracia

Aunque la idea de democracia se llegó a desarrollar en la antigüedad, queda la duda sobre si efectivamente los sistemas griegos, y especialmente el romano, fueron o no una democracia en la forma en que esta es entendida, o en relación con el ideal; el gobierno del pueblo.

Para los ilustrados democracia era la elección de un individuo que pudiese representar a una comunidad y quien expresaría la voluntad de dicha comunidad. En base a esto gobiernos como el mexicano o el estadounidense se han sustentado: eligiendo representantes que piensen por las comunidades. Recuérdese que durante la ilustración sólo una minoría tenía acceso a la información y a la cultura, la gran mayoría de la población era analfabeta.

En otro punto se encuentran los gobiernos parlamentarios, donde los ciudadanos son quienes deciden que leyes aprobar y cuales no. Los senadores o representantes se limitan a la redacción de leyes y a la designación de funcionarios. Es el caso de Canadá o Finlandia. Durante los casi quinientos años que duró la República la ciudad de Roma pasó de ser una aldea a la capital del mundo. De 100 000 habitantes en el 300 a. C. a un millón en el 50 a.C., lo que representaba graves problemas para el senado de trescientos miembros, el cual, a lo largo de ese período no cambio, cambiaron la designación de magisterios, los cuales fueron aumentando conforme fue aumentando el tamaño de la ciudad, pero el número de miembros del mismo no cambio, se mantuvo, de la misma manera que su designación. Los senadores “pertenecían a la antigua clase de los patricios o eran nombrados por los censores en base a criterios objetivos (como, por ejemplo, haber ejercido de censor o de cónsul)”[6], con lo que se perpetuaba la clase dirigente de Roma, los patricios.

Ahora bien, la plebe estaba constituida sólo por ciudadanos libres, los viro, por lo que quedaban afuera de este término las mujeres, los esclavos y los extranjeros, con lo que en realidad, el ejercicio del poder se reducía a un porcentaje bajo de la población, la inmensa mayoría de los habitantes de Roma – no se hable de aquellos que residían en las posesiones romanas que durante la República se fueron adquiriendo – no tenía acceso al poder.

Así, se tiene que en Roma se encuentran las raíces de lo que hoy se entiende por democracia, sin embargo el sistema de gobierno republicano, aunque con tintes democráticos, estaba lejos de ser llamados una Democracia.


Bibliografía

Historia de la Humanidad, Tomo 3 Del siglo VII a.C. al siglo VII d. D., La eclosión culturas clásicas. Edit. Planeta, 2004

Roma hasta el final de la segunda guerra púnica, Luigi Gapogrossi Colognesi

La polis durante el período clásico, Raoul Lonis

Historia y Vida, No 469 año XXXIX Una nueva Roma, Belén Romero



[1] La polis durante el período clásico, Raoul Lonis, pg. 211

[2] Roma hasta el final de la segunda guerra púnica, Luigi Gapogrossi Colognesi. pg. 240

[3] Roma hasta el final de la segunda guerra púnica, Luigi Gapogrossi Colognesi pg. 239

[4] Ibd. Pg. 240

[5] Ibd. Pg 240-241

[6] Roma hasta el final de la segunda guerra púnica, Luigi Gapogrossi Colognesi, pg 241